El corazón es noble. Cómo cambiar el mundo desde dentro hacia fuera Capítulo 9 fragmento
El
corazón es noble. Cómo cambiar el mundo desde dentro hacia fuera
Autor: Karmapa XVII, Ogyen Trinley Dorje.
Editorial: Sirio
España (2013)
1. Capítulo 9.Fragmento
Karmapa XVII, Ogyen Trinley Dorje. El corazón es noble. Cómo cambiar el mundo desde dentro hacia fuera. España: Editorial Sirio, 2013.
CAPITULO 9
La resolución de los conflictos
LA IRA ES EL PROBLEMA
Todos dependemos unos de otros. Por esta razón, cuando actuamos en función de nuestro propio interés, más pronto o más tarde nuestros objetivos egoístas están destinados a chocar con los objetivos de los demás. Cuando esto sucede, surgen inevitablemente los conflictos. Por el contrario, cuando llegamos a ser más equilibrados a la hora de valorar las preocupaciones de los otros en relación con las nuestras, de forma natural nos vemos implicados cada vez en menos conflictos. Mientras tanto, es útil reconocer que los conflictos son la salida lógica de esta combinación de intereses particulares e interdependencia. Una vez reconozcamos esto, podremos ver que no son algo por lo que sentirse heridos u ofendidos. En lugar de ello, podemos afrontarlos con calma y sabiduría.
El mismo principio de interdependencia que genera el conflicto cuando actuamos de forma egoísta puede aportarnos armonía cuando tomamos en consideración el bienestar de los demás. La interdependencia también hace posible que una tercera parte sinceramente preocupada intervenga y ayude a resolver el problema. En este capítulo me gustaría explorar vías para solucionar los conflictos en los que nos implicamos, o en los que se implican otras personas.
Hay muchas clases de conflictos, pero los peores son aquellos alimentados por la ira. El conflicto no es necesariamente dañino, pero siempre que la ira está presente, el daño de alguna forma es inevitable. Por eso, siempre que surge, la ira está perturbando, como mínimo, a la persona que la siente. Si queremos actuar para apaciguar conflictos, es importante comprender esta fuerza destructiva que preside buena parte de ellos.
CONFLICTOS ALIMENTADOS POR LA IRA
La ira surge de un estado mental disgustado e infeliz. Cuando hace acto de presencia, se alimenta de la infelicidad y la agitación mental. Podemos ver desde la experiencia directa -y debemos ser conscientes de ello - que alterar y molestar a los demás hace que su ira surja o se incremente. Esta es una forma terrible de tratar a otra persona.
La ira inflige un serio daño a todos aquellos que están alrededor de la persona iracunda. Toda una familia, una comunidad o una sociedad en sentido amplio pueden verse afectados por su presencia. Los demás pueden responder a la ira de los otros con miedo, o volverse también agitados e iracundos. Niveles crecientes de hostilidad dentro de una comunidad generan estrés creciente, conflictos e incluso violencia. Por esta razón es crucial que estemos libres de agresividad y de ira cuando tratamos de poner fin a los conflictos en los que estamos implicados, lo mismo que cuando intervenimos en los de otras personas. Si aportamos nuestra propia ira al problema, no conseguiremos más que alimentarlo todavía más.
Todos podemos ver que cuando alguien se enfada está más dispuesto a hacer daño a aquel al que va dirigida su ira. Pero es muy importante ser consciente de que la ira hace daño también a la persona que está enfadada. Así es como las cosas funcionan. Primero, creemos que alguien nos ha agraviado en algún sentido y eso nos parece completamente inaceptable. Después, una vez que ha surgido la cólera, llegamos a convencernos de que tenemos todos los motivos para estar resentidos. Queremos que la otra persona tenga lo que pensamos que merece. Nuestro humor está sombrío y nos sentimos terriblemente enfadados. Por más que este estado sea desagradable, lo alimentamos activamente, buscando más agravios que nos hayan podido hacer a fin de nutrir la ira todavía más. Nos negamos a escuchar cualquier cosa positiva acerca de la otra persona. Nos enredamos cada vez más en ideas de venganza y otros pensamientos negativos. Rápidamente alcanzamos el punto en que perdemos el apetito y difícilmente podemos dormir por la noche. Incluso antes de que nos hayamos acercado a la persona que quiere hacernos daño, ya nos hemos dañado a nosotros mismos en gran medida. Es una verdadera locura.
La ira nos perjudica, además, nublando nuestro juicio. No podemos pensar o actuar de forma eficaz si nos sentimos abrumados por ella. No queremos ver el lado positivo de la otra persona, y es con ese lado con el que necesitamos conectar urgentemente a fin de resolver la situación. Nuestra ira nos ciega y estamos más interesados en tramar la venganza que en resolver de manera amistosa el conflicto.
Hay una historia sobre una anciana del antiguo Tíbet que estaba furiosa con los gobernantes del país. Durante tres años, estuvo echando pestes y ardiendo en su corazón contra el gobierno. Pero ellos apenas sabían de su existencia; sin duda, desconocían la ira que sentía por ellos. La mujer solo se estaba causando desdicha y dolor a sí misma. Era la única perjudicada.
ENVENENARSE LENTAMENTE A SÍ MISMO
Mucho de nuestro odio es exactamente igual que el de esta anciana. El odio causa sufrimiento. Es tóxico. Cuando albergamos resentimiento e ira, estamos de hecho ingiriendo veneno. Como no lo reconocemos así, seguimos acumulando esa toxina en nuestro interior, y solo nos damos cuenta cuando los efectos del envenenamiento han llegado a ser tan obviamente dolorosos que ya no podemos negarlos durante más tiempo.
Por ejemplo, imaginemos un hombre que tiene una discusión con un miembro de su familia por la mañana. Se marcha al trabajo, pero se detiene por el camino a tomarse un café en un bar. Está tan agitado que tira el café y se lo derrama sobre el traje. Se altera todavía más. Se va, pero el tráfico va demasiado lento para él. Grita y aporrea el volante. Proyecta su frustración sobre el acelerador y solo consigue abollarle el parachoques al coche que lleva delante. Ahora se siente realmente furioso. Cuando entra en el ascensor del edificio donde se encuentra su oficina, es como un animal enjaulado dispuesto a saltar sobre cualquiera que se ponga a su alcance. Mira con el ceño fruncido a quienes suben con él en el ascensor. Cuando llega a su oficina, el jefe le dice:
--Eh, se ha retrasado usted un poco.
Este comentario casi intrascendente se convierte en la gota que colma el vaso, y le responde bruscamente a su jefe gritando:
--¿Por qué siempre se está metiendo conmigo? ¿Quién se ha creído que es?
Tira la cartera al suelo y estalla.
De este modo, una pequeña discusión por la mañana ha terminado ocasionando que este hombre pierda su trabajo. Pocos días más tarde, cuando está sentado en su casa sin empleo, puede con toda razón preguntarse cómo diablos las cosas han podido ir tan mal de una forma tan rápida.
Esto es solo una historia, pero algunos podrán reconocerse en ella. Todos pasamos por situaciones que pueden alterarnos, pero no tenemos por qué implicarnos tan plenamente en ellas. Este hombre se volcó en cada uno de los pequeños incidentes que le molestaron. No dejó nada a lo que agarrarse, y acabó completamente desequilibrado. En lugar de eso, incluso si sentimos que cualquier situación cotidiana nos está alterando, no debemos sumirnos por completo en ella. Tenemos la posibilidad de buscar un fundamento en el que asentarnos dentro de nosotros mismos. Aun cuando nos encontremos en medio de situaciones que nos disturben, hemos de mantener al margen de ellas la parte más amplia de nosotros mismos. Debemos permanecer en nuestro propio centro.
La ira, para mí, es un tipo de enfermedad que afecta a la mente, ¡una forma de enfermedad mental! Vamos al médico para realizarnos chequeos anuales, pero también deberíamos examinar nuestras afecciones mentales, sin esperar a que los síntomas se manifiesten, sin actuar como esas personas que piensan en su salud solo cuando ya han enfermado. De hecho, un problema mental puede ser algo mucho más grave que un problema físico. Este es el mejor camino para proteger nuestra salud interior y nuestra felicidad. Cuando aprendamos a controlar nuestra ira, nos daremos cuenta de que cada vez nos vemos menos implicados en conflictos, y cuando surjan, nos ocasionarán menos daño a nosotros y a los demás.
ORIENTARSE EN FUNCIÓN DE LAS CAUSAS
Cuando nos miremos honradamente a nosotros mismos, sin duda habrá veces en que reconoceremos que estamos contribuyendo al conflicto. Podemos querer ser una parte de la solución, pero nos damos cuenta de que, en realidad, somos una parte del problema.
A menudo ocasionamos conflictos con otras personas y problemas para nosotros mismos por que nos centramos en los resultados más que en las causas. Queremos ser felices, pero no les prestamos atención a las causas de la felicidad. Está claro que la ira no aporta felicidad, sino dolor o angustia. No deseamos el dolor o la infelicidad, pero nos agarramos a ideas y conductas que lo provocan.
Realmente se trata de una cuestión bastante simple. Cuando utilizamos la inteligencia, podemos ver con facilidad la relación que existe entre las causas y los resultados. Puesto que dependemos de otras personas para hacer realidad nuestros objetivos, nuestra inteligencia nos dice que no podemos esperar lograrlo enfrentándonos con ellas. Pensar en los demás y preocuparnos por su bienestar es una forma mucho más inteligente y eficaz de conseguir nuestro propio bienestar que preocuparnos exclusivamente por nuestras necesidades personales. Una vez reconocemos la relación entre causa y resultado, y entre yo y los otros, podemos aprender cómo orientarnos hacía las causas que nos aportarán los resultados deseados y cómo apartarnos de aquellas que generarán resultados indeseables.
No plantes las semillas de tu propio sufrimiento. Asume las condiciones de un crecimiento más saludable. Dicho de una manera simple, si quieres evitar infelicidad, evita sus causas. Luchar con los otros aporta infelicidad. Puedes entrar en un conflicto pensando que creará alguna medida de felicidad, pero al hacerlo solo estás plantando innumerables semillas de dolor y perturbación.
HABLAR CON LOS QUE NO ESCUCHAN
Pueden surgir conflictos cuando nos encontramos con personas cuyas ideas son fundamentalmente opuestas a las nuestras. Sin embargo, la diversidad de opiniones no tiene por qué conducir al conflicto. Todo depende de cómo nos relacionemos con los puntos de vista que sostenemos. Por ejemplo, algunos individuos pueden tener una actitud fundamentalista sobre sus propias opiniones y no mostrarse receptivos hacía cualquier otra que difiera de la suya. Por esta razón, puede ser más difícil razonar con unas personas que con otras.
A los naturales de la zona del Tíbet de donde yo procedo se nos llama "Khampas”, y los khampas tenemos la reputación de ser obcecados y de no querer escuchar las opiniones ajenas. Un dicho popular tibetano afirma: "Los khampas tienen las orejas en el culo”, lo que viene a significar que para conseguir que escuchemos lo que hay que hacer no es hablarnos, sino pegar un puñetazo en la mesa. Esto se puede decir en plan de broma, pero hay una cierta verdad en ello. La cultura khampa manifiesta a menudo una cierta resistencia a abrirse a otros puntos de vista, lo que también les ocurre a otras culturas, claro está. A veces encontramos personas que parecen tan sordas a las opiniones divergentes que podemos preguntarnos dónde tienen los oídos, ¡y no solo entre los khampas!
Cuando nos encontramos con gente que nos parece arrogante u obstinada, existe la tendencia de querer romper su resistencia siendo enérgicos con ella. De manera análoga, cuando nos enfrentamos con alguien colérico, a menudo sentimos que no deberíamos ser blandos o amables, por miedo a que nos ignoren o incluso tomen nuestra amabilidad por debilidad y nos agredan. Deberíamos considerar cuidadosamente si este es el planteamiento correcto. Si añades tu propia ira a la de otra persona, solo consigues acumular más ira, por lo que se hace más difícil encontrar una salida consensuada a la situación.
Como vemos, varias fuerzas emocionales pueden hacer que los demás no escuchen los puntos de vista que difieren del propio. La obstinación es una cosa; un trastorno temporal de ira es otra. Tenemos que encontrar caminos para interactuar eficazmente con las personas que no pueden o no quieren ampliar su pensamiento para tomar en consideración las perspectivas ajenas. En tales casos, es nuestro deber encontrar una vía saludable para relacionarnos con su posición.
NO EMPEÑARSE EN TENER LA RAZÓN
Si te paras a pensarlo, los seres humanos podemos parecer verdaderamente extraños. Cuando nuestros puntos de vista entran en conflicto con otros, siempre estamos seguros de que nuestra forma de ver las cosas es la correcta. No importa qué posición se esté defendiendo, ambas partes se aferran a la misma convicción incuestionada de que el error tiene que estar necesariamente en el otro lado. Realmente esto no es muy racional, ¿no os parece?
Lo mismo sucede con relación a nuestros intereses. Estamos siempre muy confiados en promocionar nuestros propios objetivos, como si lo que es mejor para nosotros debiera ser automáticamente lo mejor para todo el mundo. Cada ser humano tiene sus propios puntos de vista individuales y sus objetivos personales, pero quienquiera que seamos estamos absolutamente convencidos de que nuestros objetivos son los más importantes y nuestras opiniones las más razonables. Llegamos a estar tan completamente apresados en nuestra intensa preocupación por perseguir nuestros objetivos que ninguna otra cosa parece realmente tener sentido para nosotros. Esto es egocentrismo puro y duro.
Si otra persona se cruza en el camino de nuestros objetivos, nos plantearemos quitarla de en medio, aun cuando sea alguien próximo a nosotros que nos haya mostrado una gran amabilidad. Va contra toda razón que simplemente porque algo sea nuestro, tenga que ser mejor. E incluso si nuestros objetivos fueran realmente mejores, deberíamos preguntarnos a nosotros mismos si tenemos razón para perseguirlos a expensas de los demás.
Mi opinión acerca de esto es que cuando nos encontramos con personas airadas u obcecadas, debemos hacer acopio de una comprensión incluso mayor. Cuando más cerrado de mente o intransigente nos parezca alguien, más motivo hay para que estemos mentalmente abiertos y seamos amables cuando interactuemos con él. Si reconocemos que difícil y doloroso resulta convivir con la ira o la estrechez mental, sentiremos compasión por esa persona.
He hablado de la ira como una clase de desequilibrio mental. Pienso que la analogía de cómo respondemos a aquellos que no están en su sano juicio puede proporcionarnos un modelo para reaccionar con gran amabilidad a casos extremos de cerrazón. Cuando encontramos a personas que se comportan de manera abiertamente demente, reconocemos que no están en sus cabales y respondemos consecuentemente. No insistimos en que vean las cosas de otra manera. No nos ponemos coléricos cuando observamos la falta de control que poseen sobre su propia mente. Más bien mantenemos nuestra ecuanimidad y somos capaces de comprender que están sufriendo. Si parecen completamente sordas a lo que decimos, o nos gritan cuando les hablamos con tranquilidad, lo tomamos simplemente como un signo más de su pérdida de cordura, e incluso sentimos una gran compasión hacia ellas. En definitiva, nos preocupamos incluso más por su condición y somos más sensibles a ella.
Creo que actuar con el mismo espíritu de compasión nos puede ayudar a relacionarnos de manera más productiva con aquellos que, estando claramente cuerdos, no quieren o no pueden escuchar nuestro punto de vista. No debemos tomarlo como algo personal, si no mirarlos con afecto y sensibilidad.
Esta es mi sugerencia: utiliza tu comprensión. Comprender es crucial en toda comunicación humana. Cuando nos encontramos con personas que son inflexibles en sus opiniones, ese es el momento para que muestres tu mayor flexibilidad y capacidad de acomodación, y para que pongas en juego toda tu sabiduría y tu compasión para manejar la situación.